Publicado en Colegio, el jueves 21 de septiembre de 2023

El miércoles 20 de septiembre se realizó el Acto por el Día del Maestro. 

Compartimos las imágenes correspondientes y el discurso del profesor Esteban Crevari, de 6° año (Humanísticas), quién dedicó unas palabras en conmemoración a la memoria de Domingo Faustino Sarmiento:

 

"SARMIENTO. FARO PERMANENTE DE LA REPÚBLICA ARGENTINA

Estimada comunidad del Colegio Nacional de Buenos Aires. Autoridades, colegas, empleados y alumnos:

Agradezco esta oportunidad que me honra, de poder dedicar hoy unas palabras en honor a la figura trascendental de don Domingo Faustino Sarmiento. Mis veinte años como profesor de este Colegio, se sienten más que reconocidos al formar parte activa de una celebración de estas características.

El honor al que hacía referencia, no se funda en aspectos relacionados con cuestiones egocéntricas. Se funda en que considero a Sarmiento como un legítimo referente de la Historia Argentina, en virtud de su papel preponderante como figura liminar de la política argentina.

Como profesor de Ciencia Política, asimismo, creo que esta oportunidad no sólo debo entenderla como un reconocimiento a mi profesión, sino fundamentalmente como un acto de ejercicio profesional responsable. Así, es mi propósito aprovechar esta ocasión para rendir homenaje a una de las actividades más importantes en la vida de las sociedades como lo es la política, a punto de cumplirse 40 años de democracia en la República Argentina.

Difícil homenaje a una actividad tan vapuleada, como singular el destinatario de tal tributo. Es que, más allá del denuesto permanente al que la política es sometida cotidianamente, ningún improperio como los que abundan; como ninguna de las lamentables defecciones emanadas de un ejercicio del poder desentendido de toda ética, honradez y austeridad republicana alcanzan, al menos para mí, para subestimar la gravitación de la política en la vida de los hombres. Y en este sentido, creo que Domingo Faustino Sarmiento es la personalidad histórica arquetípica que resume el carácter trascendente y complejo de lo político para beneficio de la sociedad.

No pretendo objetar el lugar que la Historia le brindó a Sarmiento, como el Gran Maestro del Aula, fundamentalmente considerando que su denodada labor al servicio de la educación como factor primario de igualdad social se engrandece con el paso del tiempo. No obstante, tanto sus convicciones, como su compromiso en beneficio del establecimiento del primer plan sistemático argentino de educación pública, no deben considerarse como un fin en sí mismo sino, por el contrario, como un medio orientado nada menos que al emplazamiento de la estructura arquitectónica de base del sistema republicano argentino.

Bajo el prisma de lo político es importante considerar que otras aristas aparecen sobre el tapete. Mediante una mirada así, fortalecida por el aporte del análisis interpretativo hermenéutico, no sólo resultan estrechas y desestimables esas tradicionales perspectivas enciclopedistas y ligeras que restringen y asocian a Sarmiento con la figura de un provinciano tozudo obsesionado por ejercer una maniática y dogmática labor de educador, y sin mayor fundamento que el de vincularlo falazmente con la aventurera creencia de que consideraba a la educación pública como una suerte de “fumigación positivista” de la ignorancia. Bajo este enfoque, también, la crítica acre de un revisionismo mecanicista y tendencioso procuró y procura relegarlo al injusto lugar del matagauchos que entiende a lo criollo como subalterno de lo europeo y a la eventual eliminación física derivada del progreso como un daño colateral inevitable en la búsqueda de un bien mayor. Nada más injusto para este sanjuanino único que ponerlo en sintonía con los fundamentos típicos del determinismo totalitario.

Escribía en 1879 en El Nacional:

"Es peor política e inicua, además, la que tiene por empresa el exterminio de los indios sin pretexto de la propia defensa. Son al fin seres humanos, y no hay derecho para negarles la existencia. (…) es puramente un acto salvaje, en violación a lo dispuesto por la Constitución, y el Derecho de Gentes en lo que no autoriza el desalojo total de las razas primitivas…”

Es cierto, empero, que para Sarmiento la ignorancia no era otra cosa que la antesala de la barbarie, así como también sinónimo de la tristeza, la frustración, el terror y la muerte. Pero ello es muy distinto a considerarlo como un patético exterminador al servicio de vaya uno a saber qué ideario foráneo.

No hace falta vestirlo de gala a Sarmiento, como tampoco colmarlo de pompas y protocolo. Sarmiento es el primero de nuestros prohombres cuya estatura política, intelectual y moral crece con el solo hecho de mostrarlo tal cual fue; un hombre que dio su vida en procura de materializar sus ideas de construir una Nación. Sería bueno verificar si Winston Churchill supo quién fue Domingo Sarmiento. Porque al igual que él, en la soledad y muerte de su despacho, sólo tuvo como sostén la guía y la fuerza inquebrantable de sus propias convicciones. ¿Qué inglés duda del carácter polémico de Churchill? Sin embargo, apenas concluida la Segunda Guerra Mundial, ¿no se vio acaso sorprendido por la derrota parlamentaria ante el Partido Laborista de Clement Attlee? Sin perjuicio de todo ello el reconocimiento que la historia contemporánea del Reino Unido le brinda a este singular líder de talla mundial, más allá del galardón del Premio Nobel de Literatura, como de todas sus cualidades y errores, bien podría servir como parangón en lo que concierne al reconocimiento de figuras que, como Domingo Faustino Sarmiento, se destacan especialmente por su condición de hombres falibles, en lugar de las bombas de alquitrán que sólo mancillan el metal de sus merecidas esculturas.

Nacido en los albores de nuestra Patria, su vida transita en modo paralelo la lenta y disruptiva marcha de nuestro proceso de reorganización institucional. Fue un hombre que supo dejar atrás sus innegables limitaciones de origen, en tiempos en los que la Argentina ni siquiera era un sueño. Con sólo cinco años ya leía de corrido en voz alta, aptitud tan singular por la que su madre Paula supo sentir un hondo orgullo. Sólo advirtiendo esa extraordinaria inteligencia, como la voracidad intelectual propia del autodidacta colmado de convicciones, es posible entender el desarrollo de su vida habiendo tenido una educación formal más que estrecha.

Portador de una inquietud expandida a la luz de lo que ya se avizora en su conciencia de librepensador, contrastaba tempranamente con los intereses propios de jóvenes de su edad.

Sobre sí mismo diría más tarde en Recuerdos de Provincia:

"No supe nunca hacer bailar un trompo, rebotar la pelota, encumbrar una cometa, ni uno solo de los juegos infantiles a que no tomé afición en mi niñez".

Durante el año de la Independencia, en 1816, Sarmiento concurrió al mejor establecimiento educativo de la provincia de San Juan, y una de las más destacadas del país en aquel momento, la Escuela de la Patria. Pero esa fue su única educación formal ya que de aquí en más su educación fue fruto de su acción autodidacta.

Desde su adolescencia, además de ejercer su vocación magistral y colaborar con las ocupaciones y obligaciones de sus mayores, desarrolló una pronta aptitud periodística caracterizada por juicios tan frontales como rotundos, que no tardaron en valerle frecuentes antipatías.

En 1825, a sus 14 años, Sarmiento sufre, tal vez, su primera gran desilusión. A través de una gestión impulsada por Bernardino Rivadavia, fundador del Colegio de Ciencias Morales, y antecedente del actual Colegio Nacional de Buenos Aires, se llevó a cabo una convocatoria bajo la cual cada provincia procediera a enviar a Buenos Aires a sus seis mejores estudiantes, con el propósito de que pudiera proseguir su instrucción en carácter de becados por parte del gobierno. Mediante esta iniciativa, Rivadavia procuraba así reconocer niños que a través del mérito y abnegación resultaran merecedores de la mejor educación del momento, más allá del lugar y su condición social de origen.

Sin embargo, la elección final de los candidatos de su provincia no terminó llevándose a cabo estrictamente bajo criterios de equiparación social. Se optó, en cambio, por impulsar un mecanismo de sorteo del cual finalmente el joven Domingo resultó afectado.

Más tarde, le dedica un párrafo a la cuestión en Recuerdos de provincia:

“…se despertó la codicia de los ricos [...] y hubo de formarse una lista de todos los candidatos; echóse a la suerte la elección, y como la fortuna no era el patrono de mi familia no me tocó ser uno de los seis agraciados. ¡Qué día de tristeza para mis padres aquel en que nos dieron la fatal noticia del escrutinio! Mi madre lloraba en silencio, mi padre tenía la cabeza sepultada entre sus manos…”

Probablemente, a través de una situación desfavorable como la vivida, el joven Sarmiento fue marcado indeleblemente en torno a los estragos sociales por la exclusión. Sintió tempranamente en carne propia el violento impacto de una injusticia puesta de manifiesto en la inexistencia de un sistema educativo plural, democrático e integrador. Probablemente haya sentido ya en aquel momento la necesidad impostergable y vital de bregar por generalizar la educación como forma acabada de emancipación, como condición necesaria para el forjado de una sociedad moderna, y como factor fundamental de superación de diferencias sociales de origen.

Con tan sólo 15 años, Sarmiento comenzó su labor docente, en la localidad de San Luis, San Francisco del Monte, y acompañando a su tío el presbítero José de Oro. Enseñó a leer y a escribir a chicos mayores que él. Posteriormente, ya de regreso a San Juan, trabajó en una tienda propiedad de su tía. En sus ratos libres, además, leía, infatigablemente alternando entre la Biblia, historia antigua, literatura, como biografías, en especial, la del norteamericano Benjamin Franklin, a quien tomó de ejemplo.

En 1829 siguió a su padre a la guerra y se alistó, con 18 años, en las filas unitarias de Nicolás Vega y José María Paz. Posteriormente, a los 20 años, no dudó en identificarse con la causa unitaria y enrolarse en la milicia. Encarcelado por desacato en 1831, y derrotado su regimiento por las fuerzas de Facundo Quiroga, partió obligadamente a Chile rumbo al exilio por primera vez, país considerado posteriormente como su segundo hogar. Allí subsistió como pudo, llegando a trabajar en una mina en Copiapó y en la que llegó a contraer fiebre tifoidea. Como fruto de su relación con María Jesús del Canto, nace su hija Emilia Faustina en tiempos en los que también alterna su ocupación de maestro con la de dependiente de una tienda en la localidad de Valparaíso. Pese a sus no menores dificultades económicas logró costear sus estudios de inglés.

Posteriormente, ya de regreso a su provincia natal, pone de manifiesto su disconformidad con lo que entendía el problema más grave a erradicar: la ya referida ignorancia. Funda un periódico, El Zonda, donde desarrolla como columnista una valiente y abnegada labor periodística. También funda el Liceo de Señoritas de la Advocación de Santa Rosa de Lima.

Hacia mediados de los años ’30, en Buenos Aires, integró las célebres tertulias de lo que se posteriormente sería conocida como la Generación del ’37. En la intimidad de salón propia del club social porteño de la época, y bajo el pretexto de discurrir sobre arte y literatura, con el propósito de burlar los controles policíacos del régimen rosista, se reunían para debatir acerca de un ideario político liberal y reformista, hablando de democracia, república o soberanía popular, y analizando formas y perspectivas para construir una verdadera identidad nacional acorde al ideario revolucionario burgués europeo. Hombres como Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez, Vicente Fidel López y Esteban Echeverría, entre otros, se unían periódicamente a través del debate y la reflexión en virtud del vínculo nacido en el Colegio San Carlos, antecesor de nuestro Colegio. Sarmiento, pese al infortunio de no haber podido superar el duro trance de un ingreso fallido, formó parte activamente de dicho grupo.

Durante la década de 1840, y bajo una plena intensidad represiva del régimen, por sus juicios políticos carentes de eufemismos no tarda en volver a ser apresado y nuevamente condenado a un exilio obligado. Son los años en los que, desde Chile, se consagra escribiendo su obra política más trascendente: Facundo o Civilización y Barbarie, en la que bajo la figura de Juan Facundo Quiroga efectúa una furibunda crítica a la dictadura de Juan Manuel de Rosas, no exenta de cierta tristeza y desazón como la que se aprecia en este párrafo de la mencionada obra:

“…Desde Chile, nosotros nada podemos dar a los que perseveran en la lucha bajo todos los rigores de las privaciones, y con la cuchilla exterminadora que, como la espada de Damocles, pende a todas horas sobre sus cabezas. ¡Nada!, excepto ideas, excepto consuelos, excepto estímulos; arma ninguna no es dado llevar a los combatientes, si no es la que la prensa libre de Chile suministra a todos los hombres libres…”.

A instancias de quien luego sería presidente de Chile por dos períodos constitucionales, don Manuel Montt, Sarmiento fundó el 14 de junio de 1842 la primera Escuela Normal de Maestros de América latina, hecho que, en los seis años siguientes, redundaría en la apertura de 72 nuevas escuelas en Chile.

A instancias también de Montt, el 28 de octubre de 1845 Sarmiento zarpó de Valparaíso con destino a Europa para estudiar en modo directo, cual émulo de Alexis de Tocqueville, los métodos de enseñanza aplicados en los países civilizados del Viejo Mundo. En ese viaje visitó Uruguay, Brasil, España, Argel, Francia, Italia, Alemania, Suiza, Inglaterra, Estados Unidos, Canadá y Cuba, regresando a Chile dos años después. Es en aquel momento donde desarrolla la experiencia más decisiva de su vida en materia educativa. Se gestaba, además, el proceso de construcción del auténtico faro de la República.

Sarmiento entendió desde siempre que "la necesidad es la madre de las sociedades". Es en tal sentido como frente a un régimen responsable de tantas postergaciones individuales y colectivas, puede explicarse su adhesión a la causa de Urquiza con el propósito de contribuir en la tarea de abatir el régimen rosista. No obstante, su fibra liberal no tardó en irrumpir; en 1852, se enemistó con el caudillo entrerriano, en quien veía una continuidad directa con el rosismo.

En 1856, instalado nuevamente en Buenos Aires, es designado Jefe del Departamento de Escuelas. Comienza su abnegada labor en pro de la educación y, cuatro años más tarde, en 1860, es designado ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores del nuevo presidente Bartolomé Mitre. Dos años después resulta elegido gobernador de San Juan. Tres años después, en 1865, renunció a la titularidad del gobierno provincial para partir rumbo al exterior y radicarse en los Estados Unidos, país en el que se desempeñó como ministro plenipotenciario argentino. A través de estos sucesos es posible advertir el firme apego a sus convicciones, cuestión que se evidencia a través del reconocimiento público en beneficio de su capacidad y esfuerzo que lo colocaban en un alto nivel de ponderación política de las elites, como también en cuanto a su desdén por toda lógica de construcción política personal, lo que le valió una escasa capacidad de influencia política decisoria. Su fortaleza moral, tal vez, haya sido también su mayor debilidad política, aunque, pese a ello, supo transitar con no escasa eficacia por las pantanosas aguas de la lucha agonal.

Durante su estadía en los Estados Unidos, el presidente Mitre lo designó como ministro plenipotenciario. En esos tres años, se vinculó con políticos, educadores, filántropos, y fue invitado a dar conferencias en Nueva York, además de ser nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Michigan.

También les dedicó mucha atención a las transformaciones geográficas, la extensión de las comunicaciones, los ferrocarriles, como a la colonización hacia el oeste, que se encontraba en pleno curso. Entendió que sus sueños de progreso eran plausibles, con la convicción de que ese salto cualitativo constituía una condición necesaria para la conformación de una república democrática e igualitaria.

En 1868, ya de regreso de tan trascendente viaje, bajó del barco convertido en virtual presidente de la Nación, pese a no contar con partido propio, ni habérselo propuesto. Dos años habían pasado desde la pérdida de su hijo del alma Dominguito en la sangrienta batalla de Curupaytí.

Arribó a la presidencia con la fórmula Sarmiento-Alsina para hacerse cargo inmediatamente de múltiples conflictos, como la guerra con Paraguay, y el combate a las epidemias de cólera y fiebre amarilla, además de sofocar levantamientos militares como el de López Jordán, el asesinato del ex presidente Justo José de Urquiza y soportar, incluso, un atentado contra su propia vida.

Entre sus muchas acciones de gobierno, se destaca la creación de 800 escuelas, y la incorporación de 70 mil nuevos alumnos a la enseñanza primaria -había sólo 30 mil-. También impulsó la construcción del Observatorio de Córdoba, el fomento de la inmigración y el importantísimo desarrollo de los sistemas de comunicaciones y transportes. Su acción de gobierno fue el resultado de sus convicciones de siempre, las mismas que se asomaban con indisimulable vehemencia en aquellas reuniones clandestinas.

Sarmiento bregó por la educación. Pero como se señalara, ello debe ser entendido como parte de una arquitectura política de mucha mayor alzada. Porque Sarmiento fue un republicano cabal convencido de que con la república se educa, se juzga, y se contiene a todos y a todas las religiones.

A punto de terminar su presidencia, Sarmiento logró imponer como sucesor al tucumano Nicolás Avellaneda, aspecto que terminó de enemistarlo con Bartolomé Mitre, que soñaba con la posibilidad de un segundo mandato y que incluso lo llevó a alzarse en armas, apoyado por parte del Ejército y ciertos sectores de la prensa.

Posteriormente Sarmiento prosiguió su actuación política, en este caso, como Senador de la Nación, hasta 1875, y Director General de Escuelas de la provincia de Buenos Aires, hasta 1881, focalizándose en el fomento de la inmigración y la enseñanza laica. Defendió la educación de la mujer a la par del hombre, junto a Juana Manso, a quien consideró la única persona en América Latina que había interpretado su plan de educación.

Años después, cuando se sintió dejado de lado por sus discípulos Avellaneda y Roca, se sumergió en un período de profundo y sordo rencor, evidenciado en una férrea crítica y oposición a la mayor parte de las acciones de gobierno. Finalmente, supera en parte su orgullo herido para aceptar el cargo de superintendente general de Escuelas del Consejo Nacional de Educación y dedicar sus últimos años en pos de la educación argentina. En ejercicio de dicha función impulsó, con apoyo de Roca, la Ley de Educación 1420 de educación común, gratuita, laica y obligatoria, universal y gradual.

Piedra basal del sistema educativo nacional, solo diez años más tarde de ser aprobada la 1420, el 90% de los habitantes sabían leer y escribir. Así Argentina resolvería el problema del analfabetismo antes que gran parte de Europa, y convertirse en poco tiempo en la novena economía a nivel mundial.

El 12 de mayo de 1882, Domingo Sarmiento asume Gran Maestre de la Masonería Argentina, en fórmula con Leandro Alem como Pro Gran Maestre. Desde dicha institución impulsó el proceso de secularización política a través de la separación iglesia-Estado, aunque expresando que eso no implicaba en absoluto atacar y destruir la iglesia católica.

También aquí cobra sentido su apelación a la educación del soberano. En ello, no hubo en él propósitos enciclopedistas sino fundamentalmente políticos, al considerar que la construcción de una nación republicana exige una permanente construcción de ciudadanía capaz de destacarse en el ejercicio de sus derechos políticos mediante la inteligencia y la virtud. Como bien señala Hilda Sábato, 10  entendía que, sin ello la participación de la vida pública se torna abstracta o insuficiente.

En sus últimos años el enfado con Roca no cesó, más allá de los actos conciliadores que “El Zorro” le dedicara, como la reimpresión de sus obras completas. Sarmiento no le perdonaba situaciones que entendía como de desborde en torno a la campaña contra el indio. Sostenía que, más que militarizar las fronteras era necesario poblar el territorio, fomentando la creación de entramado social con el emplazamiento de escuelas, gobierno, y libertad de culto. El acceso a la presidencia de Miguel Juárez Celman, cuñado de Roca, lo enfureció aún más y poco después, sintiéndose vencido, partió a Paraguay en busca de un mejor clima para su delicada salud, falleciendo el 11 de septiembre de 1888.

Su legado vive más que nunca. Porque Sarmiento, sin lugar a dudas trascendió su tiempo, pese a que no resultó, ni siquiera hoy, debidamente comprendido.

¿Fue Sarmiento un hombre polémico? Claro que sí. Y eso no es un demérito sino, probablemente, la mayor de sus virtudes, al menos para todos los que entendemos a la política como el ámbito por donde fluyen y se procuran resolver los problemas y dilemas sociales. Es su carácter polémico el que precisamente lo humaniza, tornándolo polisémico y bajándole el perfil al sentido tradicional de prócer, más ligado a un panteón que a la conducción política de un Estado.

Sarmiento crece desde su iracundia, desde la polémica áspera que supo protagonizar con otros grandes hombres, como también desde situaciones de rotundo cambio de parecer, como el eje anticentralismo-centralismo político y demás contradicciones.

Suele decirse que, ante una situación de crisis, nada mejor que volver a las fuentes. Más que fuente, Sarmiento es un auténtico manantial.

Muchas gracias".