Publicado en Música, el domingo 13 de octubre de 2013

“Verdi fue el último héroe de la ópera italiana. Con él termina el linaje que inició Monteverdi”

Paul Henry Lang

Giuseppe Verdi nació en Le Roncole, Italia, el 10 de octubre de 1813 y murió en Milán el 27 de enero de 1901.

Aunque desde “Nabucco” hasta “Falstaff”, su evolución haya sido firme, hubo dos Verdi distintos. Uno fue el genio del lirismo italiano, del bel canto. Las arias y los conjuntos de incomparables ritmos y variedad melódica, manaban de él fácil y copiosamente. Éste fue el que compuso las obras de principiante y las famosas óperas del período medio. El otro fue el gran compositor de la música dramática subordinada al drama para formar con él los componentes inextricablemente unidos de un todo artístico. Éste fue el creador de las dos últimas obras maestras “Otelo” y “Falstaff”.

El primero no hubiese llegado a ser la gran figura olímpica de la ópera italiana si sólo hubiese compuesto agradables melodías. Lo cierto es que las mejores óperas del primer período y las obras del período medio revelan su gran sentido teatral. Si en los libretos había fallas y vacilaciones, la música los compensaba. No sólo compuso melodías agradables sino también dramáticas, que soportan la acción, que ahondan en el personaje y subrayan la emoción. Dentro de las convenciones establecidas de la gran ópera, su genio musical le permitió crear un teatro lleno de vida y de fuerza.

Tenía veintiocho años cuando realizó “Nabucco”, todavía según las reglas tradicionales de Rossini y Bellini, pero con una melodía llena de fuerza. Franz Werfel escribió: “La agilidad de Rossini, la melodía divinamente suave de Bellini y la sensual melodía extática de Donizetti, se esfumaron gradualmente en las sombras del pasado. Más allá de los valores puramente musicales, de pronto algo nuevo toca un acorde sorprendente: energía y furiosas pasiones. Rudeza, ruvidezza, llamaban los italianos a ese algo. Escondido debajo de ella un sordo ruido subterráneo producía el curioso efecto conocido en Italia como el furore”

Cinco años después de “Nabucco” compuso “Macbeth”, que a pesar de ajustarse a las tradiciones operísticas llegó a ser un vibrante drama humano. Verdi continuó luego dando significado dramático a las tradiciones operísticas ya existentes. “Si me dicen que mi música es tan adecuada a una versión como a otra”, dijo Verdi en un ocasión, “debo responder que un argumento tal es superior a mí; mi música, buena o mala, no fue compuesta por casualidad. Invariablemente trato de darle el carácter particular de cada obra.” Siempre pensó que una gran ópera debía ser tanto buena música como buen teatro. Ningún compositor italiano era tan severo en los ensayos como él, ni tan meticuloso en los detalles de la escenografía, ni tan ansioso por explotar oportunamente todos los efectos dramáticos. Trabajaba constantemente con sus libretistas sobre la caracterización de los personajes, sobre la autenticidad de una línea del diálogo y hasta sobre la importancia de cada palabra.

Si es cierto que Verdi no dejó de mostrar vigor dramático en las óperas de sus dos primeros períodos, que son tan notables por su lirismo, tampoco dejó de ser lírico en sus dos últimas óperas, que son aún más famosas por sus valores dramáticos “Otelo” y Falstaff” son casi wagnerianas por la maravillosa unidad lograda entre la música y el texto.

Su genio melódico está siempre presente. En páginas como “La canción del sauce” y el “Ave María” de “Otelo” y la “canción de “Oberón” de “Falstaff”, Verdi es el señor de la hermosa melodía tanto como el soberano del drama musical.



Del libro “Los grandes compositores”  Vol. III  Milton Cross y David Ewen.

Compañía General Fabril Editora.

Síntesis: Prof. Roberto Pessolano