Publicado en Rectoría, el domingo 17 de marzo de 2013

 

Recuerda Horacio Sanguinetti: "Mi padre, Florentino Sanguinetti, profesor durante 40 años y rector durante 30 meses, tenía un pésimo alumno que no superó el cuarto año: Caloi. Él dibujaba. Mientras esperaban que llegara mi padre, muy amado y temido, aula bastante caótica, alguien campaneaba su arribo. Pero una vez se distrajo y el profesor ingresó sorpresivamente. Caloi había dibujado un Quijote en el pizarrón, y no llegó a borrarlo. Mi padre tronó: ¿Quién dibujó ese Quijote? Todos callaban, pero comenzaron a codear al autor para que confesara, lo que hizo al fin. Tiene un 10, laudó mi padre. Fue el único 10 que obtuvo Caloi en su trámite colegial. Lo relataba siempre con orgullo".

El doctor en Historia Fernando Devoto , de 63 años, nos convida una anécdota de su tiempo de estudiante. "El segundo día que fui al colegio lo hice para ver el resultado de los exámenes. La primera vez había ido a dar el examen. En las paredes del hall de entrada estaban puestas las hojas con las notas. No conseguí entender cuál había sido mi destino. Me acerqué a un señor mayor que estaba en el centro del hall y le pregunté ¿con cuántos puntos se entra? La respuesta fue sáquese las manos del bolsillo para hablar. Era el rector Florentino Sanguinetti. Mi imaginación me sugiere que miré luego las atemorizadoras altas escaleras de mármol. Debo haber temido estar en el lugar equivocado."

Débora Pérez Volpin recuerda nítidamente cómo se vivió en el colegio el regreso a la democracia en 1983. "Hasta ese momento, el CNBA tenía un interventor militar, vestíamos riguroso uniforme, marchábamos para llegar al aula y pasábamos los recreos sin movernos de nuestro claustro, sin subir la voz y escuchando música clásica. El lunes siguiente a la vuelta de la democracia fue una fiesta, se respiraba otro aire, todos estábamos exultantes. En el primer recreo largo de la tarde alguien tomó la cabina de música y por los parlantes de todos los pisos sonó una canción de Los Abuelos de la Nada. Nos pusimos a bailar recorriendo todos los pisos, saltando como hinchada, abrazándonos."

Cuenta Ricardo Monner Sans : "Mi abuelo, Ricardo Monner Sans, fue profesor del colegio. Desde hace muchos años, desde bastante antes de mi ingreso a la institución, está instituido el llamado premio Ricardo Monner Sans. Es su acreedor quien haya tenido el mejor promedio en castellano y literatura. Hasta que falleció mi padre, él se ocupaba de la entrega de premios. Luego me ha tocado a mí casi todos los años. No le comento el lío que se deben hacer quienes puedan creer, no sin razón, que yo instituí un premio con mi propio nombre".

La escritora Ana María Shua , que egresó del CNBA en 1968, jura que nunca se olvidará de las lecciones del profesor de historia Pérez Diez. "Entraba a la clase,  tomaba la libreta, demorándose sádicamente en elegir al torturado del día.  Pérez Diez no daba clases, sólo tomaba lección y se complacía en maltratar con especial saña a los alumnos que le tenían miedo o a los que odiaba por razones arbitrarias. En cierta época íbamos con un grupo de compañeros a un curso de actuación, en el teatro ABC. En el grupo había un chico que no era del colegio y que sin haber visto nunca a Pérez Diez, conociéndolo sólo a través de nuestros relatos, presentó en el escenario una imitación tan genial de ese instante nefasto que nos hizo desternillar de risa. El pibe se llamaba Mario Pasik."

Pérez Volpin nombra a otros profesores que dejaron huella. "Elvira Burlando de Meyer, porque supo transferirme su pasión por la literatura. Lucila Castro, profesora de latín, era todo un personaje con sus prendedores de lechuzas, porque se divertía enseñando: cada palabra era una suerte de misterio (según su terminación debía encajar como un rompecabezas en algún lugar de la oración, dándole un sentido nuevo) y además hacía chistes en latín de los que, obviamente, sólo ella se reía. Roberto Fraboschi: señor profesor de historia. Conocido por generaciones como corchito, con él soñé con griegos y romanos, y subí a dar lección al estrado (que aún tienen las aulas) por primera vez y con las piernas temblando. Tenía un gesto típico que era enganchar sus pulgares en las mangas de su chaleco, mientras escuchaba los orales. Era como tener un libro de historia al frente de la clase. Muchos años después cumplió el sueño de conocer Egipto, cuando ex alumnos le organizaron un viaje a través del programa Sorpresa y media."