Publicado en Colegio, el sábado 29 de septiembre de 2018

Muy buenas tardes a todos, a todas y a todes. Primero que nada saludarnos a todos nosotros y nosotras, que hoy recibimos nuestros diplomas, y por supuesto a los docentes, padres, madres, amigos, autoridades y a toda la comunidad educativa que hoy nos acompaña. Es dificilísimo, como se imaginarán, trasmitir de la manera lo más representativa posible todo lo que vivimos y sentimos habiendo cursado en estos claustros. Sobre todo porque en definitiva cada uno de nosotros tiene en su cabeza un discurso no de 10 minutos, sino de tres horas sobre temas como este.

Algunos vivimos el Colegio como un sueño, otros como una máquina de picar carne; la mayoría, me atrevo a decir, en los matices entre las dos. Nadie puede negar que, desde la elección misma de arrancar el curso de ingreso en adelante, el camino no fue fácil. Algo de locura, algo de pasión, debemos tener. Y definitivamente a todos y cada uno, el Colegio nos dejó muchísimo. Nos quedamos con la lucidez y el ejemplo de grandes docentes que nunca vamos a olvidar; nos quedamos con las invaluables herramientas que nos dejaron, según la persona, los talleres, las diversas olimpíadas, las horas en el campo de deportes y en las campañas y las asambleas del Centro de Estudiantes; nos quedamos con la entereza y la lucha de nuestra heroína, Vera Vigevani de Jarach.

Aprendimos de los libros y de nuestros compañeros, pero también aprendimos, cada vez que el Colegio se mostró demasiado obtuso para responder a nuestros genuinos problemas de adolescentes, a detectar las injusticias y (a veces con más éxito que en otras) a combatirlas.Y hoy somos mejores. Eso no significa que las deudas pendientes queden debajo de la alfombra. Algo diremos de eso y algo dirán mis compañeres.

El papel que nos dan hoy es solo un papel. También lo es en última instancia el analítico. En sí no va a cambiar ni debe cambiar nuestras vidas. Lo que sí debe hacerlo, lo que queda, es la claridad conceptual de entenderse involucrado en los tormentos y en las victorias de nuestro pueblo: quedan las herramientas, queda la práctica en el ejercicio de la solidaridad y queda la comprensión histórica del rol que, como juventud y como fruto de la educación pública, nos toca cumplir.

Si creemos que llegamos hasta acá solos nos equivocamos. Nuestra formación no fue un regalo, ni un privilegio; ni siquiera un momento. No fue una creación utilitaria. Es una relación constante con la sociedad que nos beneficia pero también nos condiciona. Es producto de un sistema educativo que, pese a los embates del neoliberalismo, apostó por nosotros. Porque como señala el documento de la Conferencia Regional de Educación Superior que sucedió en Córdoba hace unos meses, el conocimiento es un derecho universal y un derecho colectivo de los pueblos; es un bien de dominio público para el buen vivir y la soberanía. Nuestra educación y lo que hagamos con ella, por eso, es social y eminentemente política. No la podemos escindir del destino del resto de nuestro país, ni podemos mirar para otro lado. Si como graduados volvemos al colegio sólo cada diez años para mirar nuestros bancos de primero, algo estaremos haciendo mal.

Una vez que pensamos el conocimiento como un dominio público, las fronteras entre el afuera y la burbuja se disipan;todas las excusas mediocres se desvanecen: todo egresado es político.

Cuando hablamos de “Excelencia Académica”, además de los contenidos y la calidad de la enseñanza –que importan muchísimo, y son áreas en las que por cierto hay mucho para hacer, desde la reconceptualización de la currícula a partir de una perspectiva de género hasta la profundización de los contenidos de tecnologías de la información y la programación–  tenemos que hablar de la inclusión. Inclusión en un doble sentido, que implica no sólo llenar el Colegio de pueblo (algo tiene para aportar la discusión sobre el curso de ingreso), sino también colmar a la sociedad de Colegio y de educación pública.

Cuando hablamos de excelencia no podemos dejar de lado la contención. Una institución que no se humaniza y no puede sentir empatía por sus integrantes, y que a su vez no es capaz de destruir los abusos de autoridad ni detectar la opresión y desterrar las prácticas violentas y machistas, se va a caer. Y si no se cae, lo van a tirar.

El Nacional es clave porque siempre fue pensado como el formador tipo del profesional y el ciudadano que un proyecto político quería multiplicar. De allí la importancia de volverlo algo propio y no renegar de él, sino disponerse a disputarlo, transformarlo y convertirlo en la casa del modelo educativo y el modelo nacional de la Argentina del siglo XXI. Un colegio que, trinchera de la educación pública, sea una usina de producción de conocimiento al servicio de la cultura, las instituciones, la tecnología y el desarrollo productivo de una República de Libres e Iguales con instituciones democráticas sólidas y duraderas.

Hoy tenemos un CNBA que es un gran colegio, pero aún así no es el Colegio que la República Argentina se merece; no es el Colegio que le debemos a los 45 millones de compatriotas que, con el IVA del pan y los pañales, lo mantienen en pie todos los días. Eso tiene que cambiar. Lo tenemos que cambiar nosotros y los que vendrán.

Porque como decía un señor hace ya casi 70 años, en una cápsula que dejó como mensaje para los jóvenes del año 2000: Sólo en la fortaleza y decisión de tornarse invencibles, se puede basar la seguridad de la Liberación del Pueblo Argentino.” Nosotros somos aquella generación: somos esa generación que se crió y se formó cívicamente entre los festejos del bicentenario. Somos la generación, egresados y egresadas del Colegio Nacional de Buenos Aires promoción 2016, que tiene el durísimo deber de no sólo formarse como profesionales, sino de hacerlo con una profunda conciencia nacional y con una entera vocación de servicio a la sociedad. Tenemos, entonces, un objetivo: construir un pensamiento, una forma de producción de conocimiento, tanto desde el lugar en el que nos encontremos trabajando como desde nuestro rol de graduados, para pensar la educación y el Colegio del siglo XXI y terminal aquel Colegio de Mitre, concebido en función de las necesidades de la Argentina Liberal y del Partido Autonomista Nacional que ya no existe y se piense en torno a un proyecto de nación nuevo, un proyecto de nación que sea garantía de futuro.

Y esto no lo vamos a poder hacer jamás si nos olvidamos del sentido político que nos atraviesa como integrantes, a partir de ahora, del claustro de graduados. En las horas más oscuras, en las horas más dificiles, queda reservado para los indiferentes un lugar especial en la historia de la infamia. Un lugar concreto, después de estas reflexiones, en el que todo lo dicho se pone a prueba es no olvidar que el año que viene hay elecciones. Y que quién se ponga en la boleta no da lo mismo.

Tenemos el sentido del deber con nuestros compañeros, con nuestra educación pública y con nuestra Patria, que es nuestra América. Tenemos las experiencias pasadas que nos iluminan, con victorias y con dolores punzantes. Tenemos el ejemplo del ex alumno Carlos Mugica, de Franca Jarach y de los 109 desaparecidos del Colegio. Nos guía, con Deodoro Roca, la verdad heróica de la juventud cordobesa y latinoamericana de la Reforma Universitaria. Tenemos el ejemplo, en fin, de todo aquel que alguna vez se indignó ante una injusticia y se puso de pie para combatirla. Tenemos -también, y aunque haya que seguir construyendolas- las herramientas y también la visión de la Patria que anhelamos.

Nos encontramos, como –¿se acuerdan?– Eneas a la salida de Troya, con las generaciones que nos precedieron y los penates de nuestros mártires al hombro, y con el futuro en nuestras manos. Nos queda una vida y un futuro por delante que va a estar inevitablemente marcado por nuestro paso por el Colegio: la cuestión es si lo vamos a transitar por el camino individual, solitos y solos como si, soberbiamente, nos fuéramos a comer el mundo, o si lo vamos a emprender poniendo en primer plano al héroe colectivo y organizando un futuro de justicia, igualdad y felicidad para todo el pueblo argentino.

¡Muchas gracias!

Martín Pont Vergés - promoción 2016 - división 15