Publicado en Colegio, el viernes 09 de julio de 2021

Este 9 de julio celebramos el Día de la Independencia de la República Argentina. Les compartimos una reflexión para esta fecha del Dr. Diego Barovero, profesor de Derecho y vicerrector del Colegio.

Hay acontecimientos en la vida de los pueblos que al nacer traen vigencia de siglos. Ello ocurre cuando la idea que los inspira supera el propio tiempo; es enunciación de un proceso que se proyecta en el tiempo como imperativo trascendente que escapa del momento para fijarse en el futuro.

El acontecimiento que eclosiona el 25 de Mayo de 1810 culmina el 9 de julio de 1816, cuando el Congreso General instalado en San Miguel del Tucumán, sobreponiéndose al escepticismo y la derrota, declaró solemnemente a la faz de la Tierra que “es voluntad unánime e indubitable de las Provincias Unidas de Sur América romper los vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de los que fueron despojadas e investirse del alto carácter de nación libre e independiente, del rey Fernando VII, de sus sucesores y metrópoli y de toda otra dominación extranjera”.

En 1810 se había enunciado un destino que se confirmó para siempre en 1816. Por ello, a partir de entonces estaría empeñada la secular lucha “entre el ensueño libertador y las realidades hostiles”.

“Los tiempos y los hombres que recibieron por misión proclamar y establecer en la América del Sur el dogma de la soberanía radical del pueblo, no podían ser adecuados para constituir la soberanía derivada y delegada del gobierno”, nos dice Juan B. Alberdi en las “Bases”.

La tarea premiosa y permanente quedó para las futuras generaciones. Aquella idea nacida en Mayo de 1810 y completada en su proceso creador en la declaración de Julio de 1816 sigue buscando el cauce de su plena realización, pues siempre hubo en nuestra historia un espontáneo sentimiento que se desliza como corriente subterránea, que aflora como un imprevisto manantial, que prosigue durante las luchas republicanas de los siglos XIX y XX como irresistible torrente de nuestra vida política, identificándose con la voluntad histórica de nuestra identidad como pueblo -podríamos decir en palabras similares a las escritas por Ricardo Rojas, casi un siglo atrás, pero de notable vigencia actual-.

El acontecimiento que se abre en 1810 y se completa en 1816 es el más alto ejemplo de fe que recibimos los argentinos y las argentinas, mensaje de voluntad inquebrantable que sale en busca de su destino.

La historia es como un largo camino; no sabemos en realidad cuándo se inició la marcha de la humanidad; no sabemos tampoco cuándo terminará. Sobre nuestro propio tramo, en ella tampoco conocemos hasta dónde alcanzará. En ese andar, hemos de cumplir, como cada generación, la parte que nos corresponde con voluntad y sacrificio, no pocas veces doloroso y amargo, pero con firmeza y convicción en ideales de justicia y libertad que nos legaron los Patriotas de 1810 y de 1816.