Publicado en Graduados, el sábado 06 de marzo de 2021

Alicia Dickenstein es un orgullo de la matemática argentina. Graduada CNBA, es Doctora en Ciencias Matemáticas, investigadora superior del Conicet, y profesora de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Ocupó el importante rol de Vicepresidenta de la Unión Matemática Internacional (IMU) desde 2015 hasta 2018. Especialista en geometría algebraica, este año fue la ganadora del prestigioso premio "L'Oréal-Unesco Por las Mujeres en la Ciencia". La entrevistamos para conocer qué piensa sobre la vocación matemática, los desafíos de enseñarla y el lugar de las mujeres en el disciplina.


¿Qué significa este premio?

La distinción se le otorga a 5 científicas provenientes de 5 regiones del mundo. La UNESCO apoya este premio porque todavía somos muchas menos las mujeres que los hombres en la ciencia (a excepción, quizá, de ciertas ramas de la biología relacionadas con el cuidado y la vida). Ese prejuicio de que la matemática no es una carrera femenina, hoy genera autocensura e inhibición en las propias mujeres.

¿En dónde se manifiesta esa inhibición?

Se observa una traba cultural fuerte, que liga a la matemática a los hombres. Hay gente que todavía piensa que no tenemos la misma capacidad intelectual. En Chile hicieron una prueba muy interesante, donde las mujeres tenían que competir en pruebas de matemática en sus propias escuelas y luego en interescolares. El rendimiento era muy bueno en sus escuelas y en las generales era menor. Eran las mismas chicas. Y la diferencia se profundizaba en las clases menos pudientes. La hipótesis del trabajo -que fue una investigación medida, seria, publicada- era que sus propias familias tenían menos expectativas de que les fuera bien. Y esta autocensura influye mucho en general sobre el rendimiento de las mujeres.

¿Sentís que en tu carrera científica tuviste más más trabas o que tuviste que batallar más por ser mujer? ¿Qué ejemplos tuviste?

Yo no sabía que existía una carrera de matemática. En el secundario no tenía la menor idea de qué hacer. Pensaba estudiar educación y creía que me gustaba la química. Pero hicimos orientación vocacional y justo me topé ahí con una psicóloga que resultó ser una “matemática frustrada”, que me recomendó que siguiera eso. Tuve mucha suerte. Después comprobé que me encantaba.

Les agradezco enormemente a mis padres, porque yo jamás pensé que las mujeres no podíamos hacer algo que los hombres sí. También creo que el CNBA empodera a las mujeres, en algún punto, por el hecho de haber entrado, entre muchos aspirantes.

Mirando retrospectivamente, creo que tuve más obstáculos de los que me di cuenta en el camino, porque no les daba importancia. Es que hay mucho que no pasa por maldad o por discriminación, sino por cómo funciona todo. Por ejemplo, yo estaba casada y siempre tuve que congeniar la familia con la carrera, pero cuando mis hijos eran muy chicos, las charlas de matemática se daban en el centro, en un horario que era imposible para alguien con hijos. Y no era por maldad, era porque los profesores eran todos hombres, les quedaba cómodo… y eso, en los hechos, termina discriminando. En cualquier cosa que uno organiza, hay que tener esa perspectiva.

Alicia fue vicepresidenta de la Unión Matemática Internacional (IMU) desde 2015 hasta 2018.

Hablándole a un alumno o una alumna de hoy que le cuesta la matemática y que siente que “no sirve para eso”, ¿qué le dirías? ¿para qué sirve la matemática?

La matemática está en todo. En el teléfono celular que usamos, en las imágenes que nos encanta ver y compartir, en absolutamente todo. Pero no es sólo hacer cuentas: también te da una claridad de pensamiento. En la matemática, cuando uno demuestra algo, queda demostrado para siempre. Es muy placentero pensar y darse cuenta de algo.

También hay un factor emocional, como en todo. Si uno está convencido de que puede hacer algo, lo hace, y al revés: si uno cree siempre que no puede, no le sale.

¿Pero todos tenemos esa capacidad; esa inteligencia abstracta?

Hacer matemática básica es inherente al ser humano, es como hablar. Está en nuestro cerebro. Nadie dice “yo no soy bueno para hablar”. Pero, si nunca bailaste una música, y la manera de enseñártela es siempre hacer escalas aburridas, vas a pensar que la música es una porquería. Eso pasa con la matemática: se enseña como algo muerto, mecánico. Y es todo lo contrario. El problema baja desde los profesores, que también fueron enseñados así. No es tarea fácil transmitir la belleza de la matemática a un público general.

Contaste que tus viajes y seminarios en el extranjero impulsaron mucho tu carrera. ¿Cómo ves en Argentina la formación científica? ¿Estamos atrasados respecto a otros centros de conocimiento?

La formación de Argentina es excelente y competitiva. Tenemos una tradición de matemática y hay muchos profesionales excelentes. Pero sucede que, aún hoy y con la ayuda de internet, a veces tengo que pelear para encontrar información. No es lo mismo estar en un lugar donde la información fluye, que tener que ir buscarla, o no saber a quién escribirle, especialmente para alguien que se está iniciando. También estamos en un lugar geográficamente lejano. Y en matemática es fundamental nutrirse de la producción de los otros: es una construcción colectiva, más social de lo que mucha gente piensa.

El año pasado participaste del Día de Trabajo Compartido, conversando de tu carrera con estudiantes de último año del CNBA. ¿Te sentís unida al Colegio? ¿Dirías que el CNBA tuvo alguna influencia en tu trayectoria posterior?

Fue un placer enorme participar de esa orientación y hubo muchos más interesados en estudiar matemática de los que yo pensaba. Creo que el CNBA es una parte estructural de quién soy. Aprendí mucho y tuve una formación humanística que me ayudó en diferentes momentos de la vida. No sé si tuve tan buenos profesores de matemática, pero recuerdo uno excelente de latín… todo lo que en algún momento me parecía aburrido de leer, hoy lo agradezco muchísimo. La cultura se forja mucho en la adolescencia.